Los ruidos de mi ciudad
Te has preguntado por que escribo esto y ni yo misma lo sé, te habrás dado cuenta de que pocas veces conozco el motivo de mis letras o mis andares, pero en esta ocasión quisiera una respuesta que encontraré en compañía de tus ojos.
*Oigo, como llama una campana que a esta de la mañana ya se fija en el reloj oigo al viento que sopla ligero y oigo el estruendoso vuelo pasajero de un avión.
Quizá todo comenzó en la parte posterior de la chombi que me lleva al hogar, con un motor destartalado y sonido de tractor, claro que se armoniza con la voz de Alejandro Fernández que corre a velocidad 45 y que me confirma que el chof no conoce nada de la nueva tecnología de $22 que trae el repertorio completo de “El Potrillo”, editado por producciones “Fidelidad al 100%, Mi patito”, y que lleva el sello de garantía del vendedor que rara vez está en la misma esquina.
También pienso que la inspiración llegó de los ambulantes que bien sincronizados gritan a mi paso “llévelo, llévelo… de a diez, de a diez… sino lo ve se lo consigo, anímese, anímese”, uno tras otro electrifican mi andanza que paso a paso se distrae con el desentonar de alguien que me vende el mismo cd a 5 pesos sólo que sin “cajita”, y me pregunto si aquella canción de Soda Estéreo que me bautizó varias tardes en la prepa vale tan poco para pagar esa cantidad… pero diría mi buen amigo Rodrigo Solís, “el que la rola primero, la fuma dos veces” así que opto por comprarlo, ya después Manzanero me dirá en un par de sueños “se derecho con el derecho de autor”.
Hago un poco más de esfuerzo y traigo a mi memoria “radio metro”, ahí no sólo encontré una pluma para escribir este texto, también me topé con el desarmador de cruz que perdí y la libreta de 160 hojas con un porta-boletos de regalo, por supuesto escuché desde El huapango de Moncayo hasta los Tucanes de Tijuana y un buen remix de Chente en sus épocas mozas.
Oigo como pasa la vecina que canta mientras camina y a lo lejos un motor. Con el que imaginó una ventana que creció junto a mi cama cuando el sueño me venció.
Veo, aún, la imagen de esa señora que hablaba de la vecina del 7 y que es capaz de impostar la voz hasta 8 veces con tal de relatar con pelo y seña como la güera del 5 se peleaba con la morena del 2 mientras el loro del soltero del 3 gritaba al unísono, confundiendo a todos con sus gritos.
Entonces recuerdo que el sonido tiene color ¿lo has notado?, hay voces tristes que se tornan azul, otras muy chillonas que más bien pintan amarillo, están los murmullos que se ven más rosas o los gritos que tienden más a ser rojos o negros. Algunas corren con más suerte y se vuelven, citando a Fito Páez, tecnicolor.
Oigo un perro ladrando distante y revoloteos constantes de unos pájaros que están siempre disputándose las ramas como todas las mañanas y anunciando que se irán.
Después de este viaje me traslado un poco más allá, a los sonidos de la noche, a los que me pertenecen y comienzan mi día.
A medianoche es fácil detectar que pasa a tu alrededor, escuchas, no oyes, el crujir de una cama, el quejido de los amantes, el andar de un padre de familia que llega a casa, la puerta del chico que entre semana se fue de fiesta, la melodía de la vieja guitarra, como tu vecino estrena su lira nueva, el taladro de un inoportuno, las teclas de la vieja computadora.
Oigo y lo que oigo me rodea y oigo junto a mí la idea de que tengo que salir a ser parte de esta algarabía que al menos por este día todavía se deja oír.
Puedes componer canciones con el llanto de un niño, el maullar de un gato, el correr de un perro, el aullido de algo que no identificas, el verso que te dicta un grillo y entonces… ¡lo encontré!… me ha bastado ver mi amanecer en la penumbra, el rayo de Luna que se me regala cada madrugada, la luz que se enciende del que quiere saber si ya lo dejaré dormir y dejaré de hacer ruido, ese mismo que me ha inspirado para marearte con mis letras.
Oigo un sin fin de ruidos urbanos que quizás por cotidianos nunca llaman mi atención oigo todo lo que siempre he oído y en la almohada oigo el latido de mi propio corazón.
Y hoy me pregunto qué ruido nuevo encontraré cuando despierte, qué sonido alcanzaré a identificar mientras tú duermes. Eso sólo lo sabré cuando yo abra los ojos mientras tú los cierras y aquí estará mi sombra para dictártelo, para ayudarte a que los descubras. Aunque confieso que algunos los guardaré en mi tintero, como las blasfemias que me dictó El de Negro.
Qué curioso, tuve que leer para saber que escuchar.
La candela
Leo a Mario Benedetti que se preocupa por el suicidio de la humanidad y confieso que a mí también me da miedo.
Yo temo que este mundo no me dé el suficiente aire para afrontar las calamidades de “la globalización y el imperialismo”– dice Benedetti. Él espera que sea el mismo imperialismo quien “se destruya, que los propios norteamericanos lo destruyan” y se me hiela la sangre, de saber que quizá no viva para cuando esto ocurra. Pero el verdadero pánico llega cuando imagino que tú y yo pensamos en destruirles en vez de buscar fuerzas para unirles.
¿Sueños de juventud?
Besos fríos de inocencia.
Itandehui Santiago
“La Foca Azul” en Zona Acústica
La máquina del tiempo: Junio de 2004
* Matutina, Desviaciones de la canción informal, Delgadillo, Fernando, Enero 1993.