Hoy me levanté con ganas de escribir una canción
Por: Gabo
Hoy me desperté con esa chispa extra, con ganas de crear algo que sonara a mi alma… o al menos eso pensé. Todo comenzó cuando recordé el piano Yamaha que mi abuelita me heredó, ese mismo piano que mi papá y mi tío solían tocar en casa. Con ese legado familiar, decidí que era el momento de aprender algunos acordes. Me puse a practicar, a veces tarareando mientras mis dedos se esforzaban por encontrar la armonía correcta.
Una vez que empecé a dominar esos acordes básicos, la inspiración llegó en forma de ideas sueltas: versos que se colaban en mi mente, melodías que parecían bailar entre el café de la mañana y las botellas de tequila que abría para “afinar” mis pensamientos. Con la mente llena de anécdotas y un poco de locura, me senté frente a mi computadora y comencé a crear secuencias, mezclando sonidos del piano, ritmos generados por el software y la letra de mi canción, que iba tomando forma poco a poco.
La creación de una canción es, según descubrí, un proceso tan confuso como divertido. Por un lado, tienes el rigor de aprender la técnica, las escalas y la teoría musical; por el otro, la inspiración que viene en ráfagas, a veces entre un sorbo de café y otro de tequila. Me debatía entre la seriedad del arte y la inevitable torpeza que surge cuando la creatividad se mezcla con una buena dosis de desorden matutino.
Entre líneas y acordes, fui ensamblando lo que parecía una promesa de canción. Mi mente se iba inundando de ideas, tratando de unir melodías, ritmos y letras en algo que, en teoría, debía tener sentido. Pero conforme avanzaba, me daba cuenta de que el proceso creativo es impredecible: lo que al principio suena inspirador, poco a poco se transforma en un caos de notas y palabras sin coordinación.
Y así, entre una taza de café y una botella de tequila, mi intento de componer se fue encendiendo, pero a la vez se fue desmoronando. Fue una lucha entre querer ser el próximo cantautor revolucionario y admitir, con humor, que tal vez no tengo ni la mitad del talento necesario. La música de mi creación, que intentaba conjugar la nostalgia de aquel piano heredado con la modernidad de los sonidos computarizados, terminó siendo un revoltijo desordenado.
Al final del día, tras tantas idas y vueltas, tras tantos acordes desafinados y letras mal hiladas, me detuve, escuché mi creación y… y la verdad me quedó una verdadera porquería. La canción es horrible, la música es un poco peor que el peor reggaetón que hayas escuchado, porque, sinceramente, no soy ni músico ni cantautor, y ni siquiera sé por qué me levanté con ganas de escribir una canción.