No todo lo que nos gusta merece durar
Por: Gabriel Velázquez “El Gabo”
Alguna vez te has preguntado si la música que escuchas es arte. No si te gusta, no si está de moda, no si te la sabes de memoria. ¿Si es arte?
Hace tiempo, platicando con varios amigos músicos, me di cuenta de algo curioso. Muchos de ellos, más allá del éxito inmediato o del número de reproducciones, querían una sola cosa: que su obra perdurara. Que no fuera efímera. Que no se olvidara en un par de años. Querían —como me dijeron— hacer “la próxima canción de José José”, o “algo como Juan Gabriel”, que décadas después sigue sonando en las bocinas de una fiesta, en un karaoke improvisado, o en el corazón roto de alguien que ni siquiera había nacido cuando se escribió.
Esa conversación me dejó pensando: ¿cómo se mide eso? ¿Cómo saber si lo que hoy escuchamos y consumimos con emoción, con ritmo, con nostalgia instantánea… es arte? ¿Y cómo saber si no lo es?
Porque la verdad, y esto duele un poco decirlo, no lo sabremos hasta dentro de muchos años. Hasta que el tiempo lo confirme. Hasta que sobreviva a modas, a algoritmos, a playlists descartables y a la impaciencia cultural de nuestra época.
Pienso en Banksy, por ejemplo. ¿Es arte lo que hace? ¿O solo es una gran campaña de marketing con técnica de grafiti? ¿Es arte porque denuncia? ¿Porque provoca? ¿Porque hace que la gente gire la cabeza? ¿O será que, con el tiempo, perderá fuerza y terminará como una curiosidad de museo o una pieza decorativa en una oficina moderna? ¿Qué tanto necesita una obra agrupar a varios sectores sociales, generar empatía o permanecer para que se le considere arte?
Andy Warhol decía que “hacer dinero es arte y trabajar es arte, y un buen negocio es el mejor arte”. Duchamp presentó un urinario como escultura. Y Banksy mismo trituró una obra en una subasta como parte del espectáculo artístico. ¿Todo eso es arte? ¿O simplemente es un espejo de lo que somos como sociedad: confundidos, veloces, ansiosos por el impacto inmediato?
¿Y qué pasa con la música? Esa que consumimos todos los días. Esa que cantamos sin saber bien qué dice. Esa que ponemos de fondo mientras vivimos. ¿Será arte? ¿Será moda? ¿Y es tan malo que sea solo moda?
Me vienen a la mente los conciertos. ¿Te has fijado que en casi todos, la segunda mitad —o el final— está dedicada a las canciones viejitas, a “las que sí nos sabemos”? Las que conectaron desde hace años. Las que justifican que el artista esté ahí. Las que aguantaron el paso del tiempo. Me pregunto si es que para que una canción se convierta en arte primero tiene que volverse parte del recuerdo colectivo. Como si el arte necesitara de paciencia, de repetición, de memoria compartida.
Y entonces, ¿cómo distinguir lo que será arte de lo que solo está pegando en este momento?
Decía Picasso que “el arte sacude del alma el polvo de la vida diaria”. Y claro, eso lo decía alguien que cambió la historia. Pero también hay canciones simples, sin pretensiones, que nos han sacado lágrimas, que nos han hecho sentir vivos, que han acompañado duelos y celebraciones. ¿No es eso también una forma de arte?
Tal vez el punto no es decidirlo hoy. Tal vez el arte, como la verdad, necesita tiempo. Y lo único que podemos hacer ahora es observar, escuchar, y ser un poco más conscientes de lo que elegimos poner en nuestros oídos y en nuestros recuerdos.
Porque, al final…
¿y si lo que escuchas no es arte?