Trova, jazz, pop… y esas etiquetas que ya no sirven
Por: Gabriel Velázquez “El Gabo”
Durante años —décadas, siglos quizás— la música se ha intentado ordenar, clasificar, etiquetar. Trova. Jazz. Pop. Balada. Rock. Indie. Y luego, como si fuera un buffet mal rotulado, le agregamos guarniciones: alternativo, progresivo, tropical, fusión. Como si ponerle nombre a las cosas las hiciera más fáciles de digerir. Como si el arte cupiera en una caja con tapa y etiqueta de precio.
Pero la realidad es que hace rato que las cajas se rompieron. Y ya nadie tiene tiempo (ni ganas) de estar pegando etiquetas.
La palabra trova, por ejemplo, es la favorita de muchos… para decir todo y nada al mismo tiempo. Para algunos, es sinónimo de cantautor con guitarra y barba. Para otros, es un género latino de protesta. Algunos lo confunden con la Nueva Trova Cubana, otros creen que todo lo que tenga una letra más o menos pensada ya entra en la categoría. Hay quienes dicen que si tiene percusiones, ya no es trova. Que si hay sintetizadores, ya es pop. Y si hay saxofón, entonces “¡ah, esto ya es jazz!”
¿Jazz? Ese es otro caso curioso. Un universo musical con estructuras complejas, armonías elaboradas, improvisación como mantra… pero que ahora se usa para describir cualquier cosa que suene “sofisticada” o “instrumental”. Ya no importa si es smooth jazz, acid jazz, jazz fusión o un pop con saxos: si no sabes dónde ponerlo, seguramente alguien dirá que es “tipo jazz”.
Y el pop… bueno, el pop es el cajón de sastre. Lo que no es nada pero puede ser todo. Es lo que suena en la radio, lo que es fácil de tararear, lo que tiene un coro pegajoso. Pop no es un género, es una actitud: lo suficientemente inofensiva para que nadie se queje, pero lo bastante moldeable para encajar en cualquier estrategia de marketing.
El problema no es que las etiquetas existan. El problema es que nos siguen pareciendo imprescindibles. Y en el mundo actual —donde un artista puede mezclar reggae con spoken word y terminar con una cumbia progresiva producida por un DJ noruego—, seguir pidiendo definiciones es como exigirle al amor que se comporte como en las novelas de Jane Austen.
Lo peor es que, muchas veces, la música de autor —esa que solemos seguir desde Zona Acústica— es la más afectada por esta manía clasificadora. Porque ni es pop, ni es trova, ni es jazz. A veces es todo eso y más. Y a veces es simplemente una canción escrita desde las entrañas, sin preguntarse si va a sonar en un café bohemio o en una playlist de Spotify titulada “Otoño introspectivo”.
¿Qué hacemos entonces con los artistas que componen como Silvio, arreglan como Sabina, graban como Drexler, y de pronto te lanzan una canción con beat de trap o con arreglos de mariachi? ¿Dónde los metemos? ¿Dónde los clasificamos?
La respuesta, quizá, sea más simple de lo que parece: no los clasifiques. Escúchalos. Sí, así, con los oídos abiertos y las expectativas bajas. Tal vez descubras que lo que más te gusta de una canción no es su género, sino su verdad.
Porque la música no está hecha para los estantes, sino para las emociones.
Y si todavía estás esperando que te diga si el artista que acabas de descubrir es trova, pop o jazz… déjame decirte algo: si lo estás sintiendo, ya no importa cómo se llame.