El Espejo de lo Invisible: Lo que aprendí de Reyli Barba en el silencio de una entrevista
Hay momentos en la vida digital —esa selva de ruidos y notificaciones— en los que el algoritmo, por un error afortunado o un destino necesario, te detiene en seco. Me sucedió hace unos días. Me encontré con una charla entre Javier Paniagua y Reyli Barba. Lo que empezó como un video más de “historias de éxito”, terminó siendo una cirugía de corazón abierto a mi propia creatividad.
Como espectador, no vi a una “estrella de pop” promocionando un sencillo. Vi a un hombre que ha regresado de la guerra contra sí mismo cargando un tesoro: la claridad. Al terminar de verla, sentí que Reyli no solo hablaba de música; hablaba de la arquitectura del alma.
Ver a Reyli hablar de la música como su religión me hizo sentir un alivio profundo. En estos tiempos donde nos enseñan que el arte es “mercancía” o “contenido”, él nos devuelve la sacralidad.
Escucharle decir que el estudio es el templo más maravilloso del mundo me recordó que todos tenemos un espacio sagrado —una oficina, un taller, un cuaderno— que hemos profanado con la prisa. Reyli nos invita a entrar de rodillas a nuestro oficio. Para él, la música es “el sol que lo reventó todo”. Si tratáramos nuestro trabajo con esa misma reverencia metafísica, ¿cómo cambiaría lo que producimos? No seríamos empleados; seríamos oficiantes de un milagro cotidiano.
El “Duende” y el “Parto Natural”: La estética de la imperfección
Uno de los momentos más profundos de la entrevista es cuando Reyli desarma el mito de la técnica. “Yo no soy un tipo estudiado, soy un tipo perceptivo”, confiesa. Como alguien que a menudo se siente insuficiente frente a los “expertos”, sus palabras fueron un bálsamo.
Él habla del “parto natural”: esa creación que fluye sin anestesia, un diálogo constante con los ancestros y los libros internos. Pero lo que más me conmovió fue su concepto del duende. El duende no sabe de partituras perfectas, sabe de “intención”. Reyli nos recuerda que cuando tocas tus tres acordes —esos que solo tú sabes tocar así— nadie puede igualarte. La lección para nosotros, los que observamos, es clara: deja de pulir la superficie y empieza a cavar en tu propia mina. Tu rareza es tu única moneda real.
El Regreso del Colibrí: La sobriedad como un acto de amor
Quizás la parte más cruda y luminosa es cuando se habla del abismo. Reyli no adorna su pasado; lo expone para salvarnos. Verlo hablar de sus días de 20 horas de sueño y depresiones profundas, para luego contrastarlo con su presente “ligero”, es presenciar una resurrección.
Me impactó la metáfora del colibrí. Ese espíritu creativo que se va cuando lo asfixiamos con sustancias o con la “fuga territorial” de la evasión. Al escucharlo, comprendí que la sobriedad en Reyli no es una prohibición moralista, sino una estrategia de supervivencia artística. “Me quité un garrafón de agua de encima”, dice, refiriéndose a los 21 kilos de peso físico y emocional. Para que el duende hable, el colibrí debe estar vivo. La claridad mental no es aburrida; es el único estado en el que el artista puede realmente volar.
Al apagar la pantalla, me quedé en silencio. La entrevista de Paniagua a Reyli no es solo una pieza periodística; es un mapa de regreso a casa. Nos enseña que para ser grandes creadores, primero debemos ser hombres y mujeres despiertos.
Reyli Barba nos deja tres mandamientos que ahora guardo en mi escritorio: Santifica tu proceso, libera a tu duende y, por encima de todo, defiende a tu colibrí. Porque al final del día, lo que queda no son los números ni los aplausos, sino la paz de saber que vinimos a esta tierra a hacer exactamente lo que estamos haciendo.
