El Contexto en el Arte: La Magia de Joshua Bell en el Metro
Por: Gabriel Velázquez “El Gabo”
Una mañana cualquiera, en una estación cualquiera del metro, un hombre se colocó cerca de la entrada. Vestía ropa sencilla. Abrió su estuche, sacó un violín y empezó a tocar. Era Joshua Bell, uno de los violinistas más reconocidos del mundo. Nadie lo sabía. Nadie lo esperaba. Durante casi una hora interpretó piezas de Bach y Schubert con una maestría que, esa misma noche, llenaría de ovaciones uno de los auditorios más prestigiosos del mundo. Pero ahí, entre la prisa de los transeúntes, apenas tres personas se detuvieron a escucharlo. El resto siguió caminando, con los audífonos puestos, el café en la mano y la mente en otro lado.
Es exactamente el mismo músico. El mismo violín, uno de millones de dólares. El mismo repertorio. Lo único que cambió fue el contexto. Y eso, aunque nos incomode, cambia todo.
Ese ejemplo me ha rondado la cabeza desde que lo conocí, porque de alguna manera siento que ahí estamos muchos. Ahí están los cantautores que conozco, los músicos de jazz que admiro, los artistas independientes que han subido al escenario de un café, de un bar, de un lugar con más sillas que oídos atentos. A veces, uno de esos músicos se presenta en un teatro pequeño, y entonces se nota la diferencia. No necesariamente porque el público sea más grande, sino porque el entorno está hecho para mirar en silencio, para contener con respeto. Y eso, en un mundo tan lleno de ruido, es cada vez más valioso.
Pero no todo se trata de butacas ordenadas y luces dirigidas. Hay bares donde la cercanía es tan honda que pareciera que el músico te canta solo a ti. Hay cafés donde la conexión se da entre mirada y mirada, donde el aplauso nace no de la costumbre, sino del impulso. Donde puedes tomar una copa, relajarte, dejar que la música entre sin rigidez. Ahí también hay magia. Ahí también hay verdad.
He estado en conciertos hermosos en foros íntimos, con mesas pequeñas, una bebida frente a mí y una voz que va desmenuzando canciones como si fuera contando secretos. Y he estado también en teatros donde cada persona escucha con una atención que casi no se encuentra en otro lado. Ambos espacios ofrecen algo distinto. Uno permite compartir, el otro invita a presenciar. Uno se vive con el cuerpo relajado y el corazón abierto; el otro con los sentidos enfocados y una emoción que se contiene hasta el aplauso.
Y aún así, todos empezaron en el metro, en el café, en el bar de poca luz y mucho ruido. Porque también ahí hay belleza. También ahí hay un par de oídos atentos. Y aunque no es lo ideal, muchas veces es lo posible. Lo que hay.
Entonces me pregunto si realmente es responsabilidad del artista encontrar el contexto perfecto para su obra, o si es del público la tarea de escuchar con intención, sin importar el lugar. ¿Debe el cantautor aprender a transformar cualquier espacio en escenario? ¿O debemos aprender nosotros a reconocer la belleza incluso si se nos aparece entre el tráfico, en un pasillo, en una esquina de la ciudad?
¿Y si el arte no se trata solo de crear, sino también de cuidar el espacio donde se entrega?
Porque sí: el contexto importa. A veces, lo es todo.
