Hasta entre los cantautores hay niveles
Por: Gabriel Velázquez “El Gabo”
Hay una frase que escuché desde niño y que con los años se ha vuelto más verdad que refrán: “Hasta entre los perros hay razas”. Y bueno, uno crece y se da cuenta de que hasta entre los bolis hay diferencias. No es lo mismo un bolis de agua de tang con nombre sospechoso como “Bubululú tropical”, que un bolis gourmet de maracuyá con leche de coco servido en frasquito de vidrio y etiquetado a mano por una señora en Sayulita. Lo mismo pasa en el fútbol… y también, aunque duela decirlo, con los cantautores.
Yo le voy al Atlante. Ya con eso sé que pertenezco a una élite selecta de sufridores profesionales. Tengo amigos que también le van, como Alain Derbez o Salvador Aponte. Y aunque nos guste decir que lo nuestro es fidelidad, en realidad es masoquismo emocional con horario de transmisión. Vemos los partidos de la Liga de Expansión con esa resignación que solo se entiende cuando te has enamorado de alguien que claramente por ahora no tiene oportunidad de subir a primera división esta temporada.
Luego ves la Liga MX y dices, “bueno, aquí hay un poco más de emoción, más dinero, más drama y más patadas voladoras”. Pero no termina uno de acomodarse bien frente a la tele cuando de pronto… Champions. Y ahí sí, amigos, ahí hay niveles. Empieza el partido y hasta el pasto brilla diferente. Uno ve a los jugadores tocando el balón como si fueran dioses griegos con taquetes, y mientras tanto tú estás recordando que tu equipo tiene de delantero a un exjugador del Tampico Madero con rodilla de titanio.
Y claro, esa comparación del fútbol es perfecta para hablar de cantautores.
Porque sí, también entre los cantautores hay niveles. Hay quienes se suben al escenario con su guitarra afinada, su lista de canciones bien pensada, una narrativa clara y una presencia escénica que te hace pensar: “Wow, este tipo podría vender boletos en euros”. Y hay otros que, bueno… que todavía están explorando el mundo de las notas musicales como quien descubre un instrumento ancestral en una cueva oscura.
Hay niveles. Está el cantautor que estudió música formalmente, que se metió a talleres, que aprendió a respirar bien, que ensaya su show completo antes de presentarse. Y luego está el otro que se aprendió tres acordes, escribió cinco canciones en un cuaderno de cuadritos, y vive convencido de que la gente no lo entiende porque es “muy profundo”.
Hay niveles. Está el que sabe cuándo parar entre canción y canción, cómo ganarse al público, cómo rematar con una historia, cómo conectar. Y está el que no sabe si ya se acabó la canción o si todavía sigue, que cuando habla entre rolas parece que está dando un testimonio en una iglesia cristiana, y que se siente artista incomprendido porque no le aplaudieron con lágrimas en los ojos.
Y ojo, no se trata de burlarse —bueno, un poco sí—, pero más bien de reconocer que el talento es solo el punto de partida. Que hay quienes se esfuerzan por crecer, por aprender, por mejorar, y otros que prefieren quedarse en la banca viendo el partido desde la comodidad del “yo así soy”.
Entonces uno va a conciertos, a festivales, a foros pequeños o grandes, y lo nota. Nota quién trae rodaje, quién estudió el partido, quién es Messi y quién sigue preguntando si el fuera de lugar es un mito urbano. Y sí, todos tienen derecho a subirse a cantar, claro que sí. Pero como en el fútbol: no todos están jugando la misma liga.
Y eso no está mal. Lo importante, quizá, es saber en qué liga estás… y si quieres subir de nivel o solo seguir pateando el balón en la cancha de la unidad habitacional con tu compa el portero sin guantes.
Porque hasta entre los cantautores hay niveles. Y saberlo, no es una crítica: es una invitación a no quedarte en la banca.